I
Quiero morir en mi pueblo
una tarde de domingo
con sonrisa en el semblante,
junto a mis seres queridos,
que me velen por la noche
los que rieron conmigo
esos que me acompañaron
hasta el final del camino.
Que recuerden el pasado,
lo que juntos compartimos,
momentos maravillosos
que forjaron nuestro sino.
Que me recuerden leyendo
mis poemas o mis libros,
que recuerden mis historias,
locuras y desatinos,
que me recuerden bebiendo
una copa de buen vino
o bailando en la verbena
en nuestras fiestas del Cristo.
II
No quiero que me incineren
ni con madera de espino,
que me entierren en la tierra
entre cipreses y olivos,
que elijan un ataúd,
para este pobre inquilino
que no sea muy pomposo
ni extremadamente fino.
Que me metan en la caja
bien peinado y bien vestido
o envuelto en sudario blanco
con santos óleos ungido.
Y cuando cierre mis ojos
una tarde de domingo
entre rezos y oraciones
me iluminarán los cirios,
que me doblen las campanas
y en esa caja de pino
que me transporten a hombros
los familiares y amigos.
III
Camino del camposanto
llorosos y compungidos
irán a pasito lento
algunos desconocidos,
alabando mis hazañas
y los logros conseguidos,
dirán lo bueno que fui
sin haberme conocido
y recibiré coronas
de quién me haya querido
y se imprimirán esquelas
con mi nombre y apellidos.
Y aquí en esta fosa oscura
que el cura habrá bendecido
me quedaré reposando
por los siglos de los siglos
y nos diremos adiós,
¡gracias por haber venido!
a esta tumba engalanada
con crisantemos y lirios.
Del poemario: De mi puño y letra
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