Venía desde la sierra
donde viven muchas llamas
a comprar la nueva sierra
porque la vieja… ¡ardió en llamas!
Para colmo, junto al río,
lo que había en aquel sobre
al agua cayó —y me río—,
y no es que el dinero sobre.
Ese día nada traje
de dinero para el vino,
para la sierra y mi traje
y solo un amigo vino.
Y en aquella triste calle
que brillaba como el cobre
¡grité! Y alguien dijo: —¡Calle,
si no quiere que le cobre!
Se me enrojeció la cara
y el enojo fue la clave;
pero dije: —saldrá cara,
que una daga yo le clave.
Sentado estuve en un banco
en la plaza que está cerca
de aquel prestigioso banco
protegido por la cerca.
¡Vaya metida de pata,
como el perro con su cola!
Cuando vi pasar la pata
con el pato haciendo cola.
Y total no compré nada,
regresé por aquel río
donde el pato siempre nada
y al mirarlo yo me río.
No hay salado sin su sal
que no arriesgue cierto bien;
pero: —no te asustes, sal,
¡y procura hacer el bien!