Augusto Fleid

Un día bajo el techo roto de casa

Saldría,  
mas el encierro es un yugo,  
y afuera la lluvia danza,  
melancólica y eterna.  
Los días pasan,  
arrastrándose como sombras  
por la orilla frágil del tiempo,  
mientras los meses se desvanecen  
en un eco de susurros olvidados.

 

 

Nuestros sueños,  
gelido refugio de esperanzas,  
se convierten en ceniza,  
un recuerdo que se borra  
como la luz del ocaso.

 

 

Mary Oliver canta a la belleza,  
pero Pizarnik, con su voz de luna,  
me mostró el rostro oscuro  
de la vida,  
triste como un río en sequía.

 

 

El tiempo,  
salvador en la tormenta,  
marca las crisis de un país,  
resonando como un tambor  
en el eco del 2001,  
una infancia que se oculta  
tras risas y sombras.

 

 

Para mi padre,  
no había mayor terror  
que el latido de la vida cotidiana,  
las calles, laberintos de angustia.  
Y en medio del silencio,  
nunca abrí la boca,  
solo miré,  
nutriéndome del vacío  
que parecía pleno por fuera.

 

 

Mis ojos, espejos del cielo,  
vieron nubes pasar,  
pérdidas y promesas,  
callejones sin nombre,  
noches de insomnio,  
noches de ausencias,  
y así fue que nos marchamos.

 

 

El viento susurra en las hojas,  
canciones de almas cansadas,  
tiemblan mis manos  
al respirar nuevos aires;  
me aferro a la última palabra,  
un \"te echo de menos\" titilante,  
oculto bajo la lengua,  
susurrando en la bruma del pasado.