El paisaje en tu rostro, ese testigo silencioso, me dice que has sufrido mucho, no poco, quizá mucho tiempo, o quizá fue un momento doloroso.
He aquí un tonto que se está creyendo el cuento, queriendo conquistar tu amor y que, cada vez que te ve, se vuelve eufórico, o quizá loco.
A tu lado me siento como un niño tímido que por primera vez ve el mundo desde la perspectiva de sus ojos, con sus maravillas y sus despojos.
El reflejo en el espejo de tu vida te descubre desnuda, sin la ropa del amor que cubre tus heridas y las caricias que perdiste al entregarte entera, quizá toda.
Mis manos temblorosas, deseosas de tocarte, aunque sea esa mejilla roja que me sonroja sin causa alguna cuando volteas a mirarme.
Tu presencia me incomoda; no sé cómo actuar; me río como un chiquillo y luego me aborda un silencio sepulcral imposible de disimular.
Eres tan especial, que no entiendo cómo pudieron amar de ti solo lo superficial y los besos recibidos tan artificiales, ¡es bastante irracional!
En lo más profundo de tu ser escondes un tesoro que yo anhelo descubrir y el camino que me tome llegar a ti lo debo transitar; no importa que tan difícil sea, lo debo recorrer o quizá caminar.
Estoy sediento de concretar un encuentro, no importa si el lugar es el vientre de un volcán o el mismísimo infierno; por conquistar tu amor haría de todo, asumiendo cualquier castigo o quizá riesgo.