Me niego terminantemente
a mirar los show de conversación
de la tele...
Me niego a juzgar,
desde versos consagrados,
mi afectividad roja.
Me niego a soñar
sueños ajenos,
de soñadores pervertidos.
Me niego a trabajar
más de la cuenta,
para ser lo que no soy.
Me niego a humedecer
con pomadas blanquecinas
mi rostro Latinoamericano.
Me niego, por último,
a transar mí sangre
en el mercadeo de la muerte.