El tiempo llega y se va,
se desvanece…
palpita en los latidos,
cae con las hojas en otoño,
camina entre los pasos de la gente.
El tiempo avanza y se escabulle,
pone pies en polvorosa…
ni busca ni encuentra,
no ríe, no llora.
Nunca mira atrás.
El tiempo pasa y se marcha,
se evade, se fuga…
crepita en el recuerdo
de unos pasos apresurados
entre la juventud y la infancia.
Nos falta tiempo
para vivir…
cada hora, cada segundo…
El tiempo escasea
y es necesario para olvidar.
El tiempo cierra ciclos,
consume etapas.
Es dispar según se mire:
breve, eterno, veloz, lento,
sin ayeres ni mañanas.
El tiempo se escapa y no vuelve,
desaparece en una implacable huida
dejando tras de sí
susurros en las huellas
y melancolía en los cristales rotos.
El tiempo es oro y se malgasta,
se disipa como el humo.
Se esfuma cuando lo nombras,
va muriendo en los relojes,
el tiempo huye.
El tiempo se quiebra,
se pierde y nos acompaña.
El tiempo vuela y no tiene alas
pero corre muy deprisa
hasta que al final… se acaba.
Del poemario: De mi puño y letra
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