Ricardo D. Branj

Miriam

Miriam

                                                                                                                                                                                    A Miriam V.

 

Sucede como que empieza a suceder, como una colisión en medio de la calle, sin heridos, o sí, los ojos de uno y otro que se miran dándose vuelta para seguir viéndose y que no puede ser, pero puede ser, con libros de testigos, ya que los cuerpos de esos insensatos siguen manejándose a ciegas esquivando intuitivamente entre las gentes y ella es o su pelo ensortijado remontando un rojizo o rojo suave y luego como un sueño.

 

Y sucede que vuelve a suceder en otro día, en hora parecida y misma esquina, o astucia o búsqueda entre la gente y un hola aventurado esperando réplica e intercambio de títulos y sonrisa cuando ya el semáforo la dejaba irse y dedos que se entornan como un saludo y ojos que voltean a verse hasta que cierta distancia.

 

Pero sucede que sigue sucediendo y no es sueño, porque su ropa regresándose con ella y es como algo que no tiene nombre verla, o sí, luego, cuando se llame Miriam entre las flores de la mesa y el humo del café y palabras que vienen de sus labios hasta aquí y un poema. Y sus ojos entre las pecas desplegando un mar con matices de tormenta fugándose o cielo entrecortado por gaviotas juntas o pájaros, o mariposas que vienen a mí volando o crepitando qué fuego y es como un silencio, ya fuera de nosotros, el infierno de la ciudad a la seis menos cuarto con bocina de ambulancia o música que flota impersonal desde los altavoces.

 

Y sucede que vuelve a suceder en lo furtivo de la noche detrás de las columnas del bar o refugio para amantes o solitarios que se dejan de estar solos por un rato y sigue siendo Miriam ya en la calle con sombrero y pollera larga con flores y caminata por Rivadavia a la hora del rocío o ya dentro de los besos que saben a Miriam y escalera a un segundo piso y puerta que se abre a la patria o paraíso de un ambiente de Miriam con gato sobre los almohadones del sillón y colgante que tintina en la ventana abierta.

 

Y sucede que mujer o sirena o poetiza embrujadora o pelo ensortijado y rojizo sobre la almohada y ojos gráciles y piel suave o terciopelo entre mis manos o maravilla o deleite.

 

Y la noche allá afuera y la noche también adentro aquí junto, con ventana abierta y tintineo o vuelo que busca ya la madrugada.

 

Y sucede que luego, casi un lamento, que Miriam mujer de otro lejos, que ella aquí sólo por los libros, y cuando ya entrando en la ropa, sin querer entrar en la ropa, entre caricias y besos o despedida, papel con ella y teléfono para un tal vez próximo y escaleras abajo desde un segundo piso y caminata por Rivadavia hacia el río mirando las cúpulas para no pensar en Miriam y perfume asombroso que a mi lado sigue diciéndome su nombre mientras allá atrás crecen los ruidos que van despertando a la ciudad y café donde suceden ahora estas palabras