En el vasto lienzo del universo, se despliega el libro de la vida,
donde cada nombre inscrito es una estrella en la noche infinita.
Con trazos de luz y sombra, se escriben y reescriben sin fin,
en páginas de tiempo y espacio, donde los destinos se entrelazan y desvanecen al confín.
Como el artista que esculpe su obra con cuidado y pasión,
Jehová marca los nombres, con la tinta de la eternidad y la redención.
No son meras letras en un papel, sino vidas, historias, llenas de devoción,
que buscan su lugar en Jehová, bajo su mirada, su guía, su protección.
Los elegidos para reinar, junto a Cristo en celestiales moradas,
son como cometas que cruzan el cielo, dejando tras de sí, estelas iluminadas.
Sus nombres, ya fijados en el firmamento, resplandecen con luz propia y divina,
son llamados a ser fieles, a mantener su brillo, en la más alta cumbre, donde la esperanza culmina.
Pero el libro aún está abierto, y la pluma no ha cesado de escribir,
pues cada acto de bondad, cada paso de fe, es un verso que se añade al porvenir.
Y así, como el pintor ante su lienzo, Jehová contempla con amor y paciencia,
esperando que cada nombre se afirme, se eleve, en el arte de la existencia.
Que nuestros nombres, entonces, sean como firmas de luz en la oscuridad,
que no se borren ni se olviden, sino que brillen con la fuerza de la verdad.
Que cada día sea un trazo, cada momento un color, cada elección un matiz,
para que, cuando el libro se cierre, nuestro nombre perdure, en la obra maestra de su feliz porvenir.