Enamórate de mí, enamórate tan profundo de mí que dos sea un único acompasado, que nuestras bocas sepan a un perfume añejo, presente del pasado.
Enamórate de mí, enamórate tan profundo de mí que sólo yo pueda rozarte y tu piel sea patrimonio de mi locura, que seamos siempre viejos y mis ojos se emborrachen de hermosura.
Enamórate de mí, enamórate tan profundo de mí que las lágrimas sean sudor y el sudor sea saliva, que la saliva sea lluvia, y la lluvia sea mares, y los mares formen islas sin fatiga.
Enamórate de mí, enamórate tan urgiendo de mí que dejes que sea esclavo de tu risa, que sea reo de tu aroma, prisionero de tu estío y carcelero de tu prisa.
Enamórate de mí, enamórate tan sangrando de mí que te sientas morir, que sientas que te consumes, vacías, escurres, ansías, que eres el iris que reprocha sus colores contra mí.
Enamórate de mí, enamórate tan muriendo de mí que tus labios roan la dureza de mi hastío, sean el vino de mi frío, y tan desnudo y andariego, caiga hechizo del eterno inamovible que me abriga con su brío.