Aquí la cerradura habita su soltería perpetua,
redime su existencia en una resonancia de algarabía inmensurable.
Es la dicha del tiempo donde la mar susurra secretos al oído del océano,
donde un coro de ninfas y náyades
navega desde su ternura marina hacia confines celestiales.
Avivando la memoria de arenas filosóficas,
trazando el omóplato tembloroso de los cactos,
el viento cambiante coquetea con un cielo preñado de diluvios
junto a sus costillas vibrantes.
La brisa meticulosa acoge
enmiendas de los correos electrónicos
que susurran su anhelo al tímpano del azar.
¡Aurora difractada, aurora del bronce sumergido en su propia esencia!
No levantes un estandarte para la alborada retorcida de los tiempos:
¡mira cómo se agita vigorosamente!
Iracundamente, el sol jilguero besa sus mejillas. La distancia es su mirada.
Al caer la tarde, la nostalgia inventa un semáforo de la impaciencia:
nace el beso de un recreo astral.
Otro, en el alba de su existencia, un frágil explorador estelar
se eleva hacia las cumbres:
nacen las estrellas ninfas...
Los insectos del alba forjan sus destinos, desvelando su enigma.