Llueve Rimbaud
versos de luna quebrada
en colores del ocaso,
la realidad de Sábato
se teje en sombras,
jaulas de palabras
sin ecos, sin luces,
en la herida del alba,
en su lamento silente.
Pablo se convierte en río
y sus aguas, susurros,
se deslizan por desfiladeros
de contradicciones ocultas.
En los laberintos de Cortázar
no hay finales cerrados,
solo espejos quebrados,
y los mundos se desvanecen
mientras parpadea
la chispa
del sueño en la bruma.
Y de repente,
en medio del caos sereno,
un universo invisible
se forma, busca su voz,
pide un eco prestado,
y brota un horizonte dorado
de pétalos de magnolia
desprendiéndose del cielo
y fundiéndose
en un abrazo
con las raíces
de los sueños,
firmemente anclados
en la tierra de lo eterno,
bajo el griterío
de millones de almas
que rompen la penumbra
del espacio,
viajando a la velocidad del viento
desde el corazón del sol
y cayendo a la Tierra
en forma de susurros
de luz.
Y se enciende una chispa,
una llama,
la fogata;
en el alma.
Y hay calidez,
hay renacimiento,
aunque no estés,
hay brillo,
amanecer;
plumas,
ecos,
cantores,
cielo,
luz
y magnolia.