Yeshuapoemario

¡Felices los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica! (Luc. 11:28).

 

 

En el banquete de la vida, a menudo olvidamos el arte de degustar cada momento, como si cada segundo fuera un manjar divino. Nos apresuramos, devorando los días, sin percibir el sabor de las horas, sin apreciar el aroma de los minutos. La prisa nos roba la esencia, nos aleja del sabor auténtico de la existencia. 

 

Así como en una comida apresurada, donde los sabores se mezclan y se pierden en el voraz torbellino del tiempo, nuestra alma anhela la pausa, el respiro, la lenta masticación de las experiencias. La lectura sagrada de la biblia, merece ser saboreada con la misma lentitud, con la misma reverencia con que se degusta un plato exquisito.

 

Imaginemos las palabras como ingredientes que se combinan para nutrir el espíritu, cada versículo un condimento que realza el gusto de la sabiduría ancestral. Meditemos en las enseñanzas como quien saborea un vino añejo, dejando que sus notas llenan nuestro ser, que su esencia se despliegue en nuestro paladar interno.

 

La prisa es el enemigo de la comprensión, la distracción es la antítesis de la conexión. En la quietud, en la calma, encontramos la clave para desbloquear los secretos más profundos, para entender el mensaje que trasciende el tiempo y el espacio. La lectura bíblica meditativa se convierte en un acto de amor, que fortalece, que alimenta, que sana.

 

Que la paciencia sea nuestro guía, que la reflexión sea nuestro camino. En la tranquilidad de nuestro templo interior, descubramos el verdadero sabor de las palabras divinas. Que cada historia, cada parábola, cada mandamiento, se transforme en un bocado de eternidad, en una comunión con Jehová, Rey de lo infinito.

 

Y así, nutridos por la sabiduría que nos ha sido entregada por el “esclavo fiel y prudente”, podremos enfrentar el tumulto del mundo con almas saciadas, con corazones plenos. Porque en la sacralidad de la pausa, en el respeto por el ritmo pausado de la lectura, encontramos la llave de la felicidad, el secreto de una vida vivida plenamente, con cada momento degustado, con cada lección atesorada.