Tuve un sueño incoherente y extraño:
caminaba por los despiadados pasillos del presente
sin billete de regreso hacia el mañana,
observando tus dominios más allá de las fronteras.
Arrastraba una pesada maleta
por oscuras y polvorientas estaciones,
buscando en ellas palabras ancestrales
que calmaran mi ansia de consuelo y de latidos.
Pero en esa ocasión, el tren llegaba tarde
y acumulaba muchos centímetros de distancia,
se había apagado la luz de las estrellas
y los astros decidieron hacer huelga.
Recordé -no obstante-, su paso por el túnel,
fue veloz, atronador y humeante.
Tú desde la barandilla del último vagón
agitabas la mano en señal de despedida.
Vi como la esbelta chimenea de la locomotora
escupía desmesuradas bocanadas grises
que el viento iba esparciendo en diminutas briznas
y estrechas estelas de humo, según se alejaba.
A su paso por el puente de hierro
pude escuchar el inconfundible traqueteo
que paradójicamente marcaba el mismo ritmo
que los latidos de mi desconsolado corazón.
Desde la lejanía que me proporcionó tu ausencia
se fueron empañando los cristales del recuerdo,
se fueron deshaciendo los cimientos de lo nuestro
dejando tras de sí desolación y hastío.
Pude sospechar que crearías recuerdos fantasmales,
descubriendo miradas, gestos y figuras.
Qué harías números para encontrar mi presencia
en sucias copas, en vasos rotos y en botellas vacías.
En la última estación, no había ni un alma
y el viento ululante se filtró entre los vagones
formando columnas de polvo y hojas de periódico,
entonces decidí alejarme de allí y buscar otro camino.
Del poemario: Balas al corazón
Esta obra está registrada y publicada. Tiene derechos de autor.
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