En la fragilidad
de la noche,
la Ciudad se acuesta,
callada, silenciosa,
un sueño que se descuesta.
Un vehículo, un micro,
en la penumbra pasa,
y veo esa calle grande,
inmensa, sin prisa,
un silencio que se instala.
El obelisco, gigante
de cemento,
plantado en el cielo,
que invita a soñar.
Cierro los ojos,
miro al costado,
más allá, un edificio
con ventanas pequeñas,
luces que se encienden,
y otras que se apagan.
Ascensores que suben,
como la vida que asciende,
ascensores que descienden,
como la vida que desciende,
un vaivén sin descanso.
Moles de cemento,
estructuras que dibujé,
maquetas de cartón y madera,
que a la memoria me llevé,
una ciudad que me encanta.
Hoy miro hacia el costado,
la Ciudad me refleja,
en mi mente la Catedral,
el Cabildo, la casa rosada,
el Ministerio,
un paisaje que me acompaña.
Así mi mente se va dispersando,
por tu ciudad,
por el Centro,
por la capital de Buenos Aires,
un sueño sin fronteras.
¡Oh, Buenos Aires!
Llena de melancolía,
donde cantan tus versos, Gardel.
Ese farolito,
en el barrio,
plateado por la luna,
sueños e imaginaciones
que divagan en mi mente,
un cielo que se extiende.
Todo viene a mi imaginación,
pero a la vez,
se difuminan, se borran,
abro mis ojos,
tan solo era un sueño,
un hermoso y preciado sueño
que me transportó por momentos,
al corazón del Centro,
a un bello y hermoso recuerdo,
un viaje sin regreso.
Autor: Eduardo Rolón