La noche se llena de pájaros negros con graznidos de acero,
y me desgarro en mil pedazos,
en mil trozos de vidrios mis ojos,
en llamadas de angustia y llanto mi boca.
Imploro a Morfeo y a los Dioses del Olimpo
pero nadie, nadie escucha mis ruegos.
Las pesadillas torturan mi descanso,
y escribo y escribo y escribo…
Y entonces miro en mi interior
y las dudas me asaltan sin piedad.
¿He vivido en el templo de los justos,
o por el contrario, repartí injusticias por doquier?
En mi lóbrego desvelo pienso en ti, en mí,
en vosotros, en nosotros, en la herencia que os dejo.
Un racimo de versos engarzados con abrojos y oropel,
unas gotas de mi sangre,
un desgarro de mi corazón,
un recuerdo lejano de quién soy y quién fui,
mil razones sin razones,
y lo más importante… el libre albedrío.
Se diluyen las sombras
y un rayo de sol hiere los cristales de mi ventana.
El arcoíris se revela en todo su esplendor,
y un mirlo blanco entonando la melodía de los justos surca el infinito,
y vuela y vuela y vuela…