Las calles del barrio
atendieron estrepitosas tus palabras:
pretendo irme,
y quiero irme ya y para siempre,
para solo volver cuando te crezcan alas,
y puedas describirle a Dios cada noche
lo que hiciste por la mañana.
Si los mundos de sus días
fueran pájaros sin nidos
planeando en picada
entre los prados de tu risa,
manteniendo la figura
de la perfección entre las nubes,
sería lo mismo que nadar
en el pensamiento absurdo
que pretende entender
lo que dijiste aquel día.
Las calles fueron testigos,
las ventanas de cada hogar
faroles sin vida que vieron tu huida,
y anotaron en la memoria de los lobos
cada palabra que nombraste,
palabras inseguras que demoraron en matar:
quiero ser libre, entre los brazos del destino,
quiero entender por fin todos mis motivos,
encontrar en el cariño de nuestros besos
el naufragio culpable
de no saber por que decidí esta noche,
de una vez por todas, abandonarte.