En la vastedad de la memoria,
tu rostro se alza como una constelación,
un recuerdo que no cede ante el tiempo,
un faro en la penumbra de mi corazón.
Tu voz, melodía suave en la tormenta,
susurro que calmaba mis temores,
como un refugio en la lluvia,
donde encontraba paz en tus palabras.
Los abrazos, santuarios de quietud,
donde el mundo se desvanecía,
y solo quedábamos tú y yo,
tejiendo la calidez de un universo propio.
Las pláticas como estrellas fugaces,
pintaban el cielo de nuestras almas,
mirando constelaciones y sueños,
bajo la luna que guardaba nuestros secretos.
Los besos robados, tesoros clandestinos,
grabados en la piel y en el tiempo,
testigos mudos de un amor intenso,
que aún palpita en los rincones del olvido.
Todo lo extraño, como un eco lejano,
un suspiro en la brisa de los días grises,
porque el corazón no entiende de ausencias,
y sigue buscándote en cada latido.