En el suplicio de los días
transita el alma mía,
aún en los momentos de más alegrías,
transcurre entre la dicotomía
de lo real y la fantasía,
mi existencia,
que va más allá de las filosofías.
Inicua e inocua,
la forma deformada,
concurrente y recurrente,
desgastada en lo incipiente,
entre el combate sin punto de retorno,
en el rescate de lo irrisorio,
ahí deambula el espíritu.
Sucumbir es diluir,
coexistir desde la agonía
que implica el precio del placer,
pues el morir en vida es el costo
que cobra el libertino vivir.
Vacíos de profundidades abismales,
de insaciables impulsos,
acertijos tratando de resolverse a través
de un desdén incalculable ,
que erosiona al ser,
mutilando su perspicaz sensatez,
embriagándole con sobredosis de excesos,
cuyos efectos son un espejo
en donde se refleja la conciencia.
Todo esto que voy cargando,
imperdonable sería,
no considerarlo una gracia,
de almas que escogidas
para ser pulidas,
superan el peso de la ignominia,
transmutando el dolor en fortaleza,
surgiendo belleza en medio del caos.