Ven corre, aullido de sombras,
sagaz espectro sollozante de sed inerte.
Cuando tu pectoral ácido rasga,
espolón agudo del alba en semicírculo,
circula en mis venas un sonido quebradizo,
y salival como agua fúnebre reptando,
desde alguna guarida donde
agoniza la vigilia de huesos en floración.
¿Es la dentellada fugaz o el laberinto
que agranda esta memoria?
Ven, recoge las greñas del insomnio,
guarda en tu coraza de noche
las almas magulladas del descanso.
Yo, guerrera del estruendo y la penumbra,
me cierro en mi refugio donairoso tenaz
y atravieso la piel de tus aprensiones,
despojándote de todo brío y clamor,
mientras gotea un consabido sol bruno
por los rincones taciturnos.