Es la brisa que camina despacio,
sigilosa sobre el campo roto,
tocándome la piel como si supiera
el secreto de mi cansancio.
Su paso desenreda el silencio,
como dedos furtivos en mi cabello,
y roza mi cara,
entre el asombro y la desgana,
con la dulzura de una mano
que no conozco pero intuyo.
Me envuelve en un manto de aire leve,
como quien improvisa consuelo
para un alma que no pide palabras,
para un cuerpo rendido
a las horas que pesan más de la cuenta.
Es viento de paso y de fuga,
como un recuerdo adolescente
que no avisa y se detiene un momento
antes de desaparecer.
Su caricia deja preguntas
sin respuestas urgentes,
versos suspendidos en el aire,
mientras sigo caminando
en el escenario de siempre,
pero sin ser ya el mismo.
José Antonio Artés