Un día llegó, sin saber a quién miraba,
que al ver en el espejo su semblante
no reconoció el rostro que observaba.
Fue un día, hace un tiempo, ya bastante.
Curiosa si necesitaba cosa alguna
al mirarse, preguntóse a sí misma,
con su inocencia de persona buena
y, en respuesta: su dulce sonrisa.
Ella, conocedora de mil yerbas,
de remedios, ungüentos y oraciones;
Contadora incansable de historias,
guardiana de ancestrales saberes.
Bella y sabia, vivió sencillamente,
morena, fuerte y de corazón puro,
menuda, mirada viva y limpia frente.
Tenaz trabajadora en un mundo duro.
Aquellas manos por el tiempo curtidas,
desgastadas del trabajo en los telares,
pero siempre generosas y queridas,
manos obreras ya sin huellas digitales.
Vivió sin ruido, mansa e inocente,
pero cuidado con la apariencia:
un enfado y era brava de repente!
Tal que así era toda su existencia.
Hasta que un día muy triste llegó
en el que ya no sabía quién era
y aunque de sí misma se olvidó
yo recordaré siempre quién fue ella.