Rompe ligeramente el brillo de la noche,
con su palidez de luz neón,
es el canto hueco y lejano,
de algún acordeón.
María Eugenia*, tú me miras desde la rambla,
cantando, “es mejor ser aire”,
himno vehemente y ufano,
digno de tu barbarie.
Cuantos velos rebela aquel desenlace,
un azul de medianoche, para el delirio,
un rojo de otoño, para el trance,
una luna sugerente y se vuelve un martirio.
Eres aire porque te escucho a lo lejos,
distante que me atrevo a enamorarme,
¿De qué exactamente?, de lo roto e incompleto,
pues mi corazón no es viento; es fusiforme.
Te describo por extrañarte en la obscuridad,
me alejo en la noche, libre de mí,
que sin mayor encono, te vi,
horrible reproche de melancolía y soledad,
justo hoy, en mi despedida, nos ponemos a platicar.