Me pones mucho, me dices
y me dices desde la distancia.
Me pones como un helado
contra el calor tórrido del verano,
el que emerge del desearte desespera
damente, como un río que, cansado,
no sabe donde desaguar tanto desborde.
Y tú a mí, te respondo, y el acumular
sediento de los minutos, de las horas,
se me hace vaso que llora una última gota
que lo colma, que lo deja abasto.
Me pones mucho, me dijiste
ayer, cuando hacíamos el amor
por videollamada, sintiendo, contra
cualquier pronóstico sensato, tu piel
dejándose rozar por la mía, tu calor
penetrando el parénquima que me aisla
de la intemperie y gozando, a pesar
de lo que parece a bote pronto, cada beso,
cada palabra que introduzco en el micro
y que tus auriculares reciben, cada gana
de estar pegado a ti, sintiendo tus treinta
y seis grados deliciosos de temperatura
contra mi pierna, como cuando estuvimos,
y contra un pecho que ahora llora en silencio.
Y tú a mí —sigo respondiendo y responderé
de por vida—, y me miras como el salmón
que se entrega a las aguas que lo vieron nacer...