¿Lágrimas quizás?
(In memoriam del abuelo Luis)
Una cruz ardiente su alma eternizó,
Pero, estoico, sacaba el bien de lo malo.
¡Ay, que era el Cristo cargando su pasión!
¡Ay, cuánto supo amar y cuanto fue amado!
Acaso el cielo fuera su confidente
en sus caminatas nocturnas, y absorto,
tratando hallar en las estrellas las mieles
una lágrima trepaba hasta sus ojos.
En el sombrío silencio deambulaba,
engarzando hondas angustias y consuelos
de un pasado que entre llagas se encarnaba
consagrando briosas alas a sus sueños.
Él, que jamás pudo olvidar ni el olvido,
era un hombre sin tiempo para llorar.
Sensible, tolerante, noble, benigno,
como se diría… más bueno que el pan.
Ángel Alberto Cuesta Martín.