Mi corazón tunante y sus viarazas, al escupir los fuegos con que se coronan estas góndolas de sueños de papel… y en su hambre de asaltar a tus ánforas de carne, directo a sucumbir, mirando el cielo y, entre verdín y el canal del gris anden.
Oh muchacha, el tiempo de la canícula no sofocó a nuestros querubes, ya lo se.
En fin…
Ahora queda nuestro imperio de lo puerco y lo sublime por vestigio, y aquel brillo que inmarcesible creí, de ti, inverosímil… ya dejé de acariciar.