Hay algo muy pesado en el borde del “no”,
una profunda sombra que oscurece el aire,
y en nuestra lengua, hay un húmedo desliz
en el que el “sí” vive, y se desliza más suave.
Decir “sí” es abrir puertas acomodadas,
es regar todos los oídos con el deseo ajeno,
es unirse a la atracción de mil miradas,
evitando el frío de lo que no es ameno.
El “no” se erige como una gran muralla,
fuerte, firme, cargada de distancia,
como si al decir “no”empezara una batalla,
y a la vez, alejáramos nuestra esperanza.
En cada “no” sobrevive un largo suspiro,
un espacio que pide con firmeza ser honrado,
y aunque el “sí” nos ofrezca cálido abrigo,
el “no” es el coraje que nunca debe ser negado.
Así pues, utilizamos al “no” con convicción,
ya que encierra lo que somos, y seremos,
pero al pronunciarlo con tanta persuasión,
hallamos la satisfacción que tanto merecemos.
José Antonio Artés