Se ha fotografiado desde el cielo la torre del alfil
forzada, gibosa, a ayudarle a la gota del glóbulo eterno.
La gangosidad espesa manilarga se retuerce y se deshace,
en mística modorra en olas plañideras;
se constriñe y alarga, se fracciona y en tranquilidad albardada,
se enoja y rebosa como un fariseo impetuoso hasta desvanecerse.
El emolumento condensado purga y no avanza asalariado:
garabatea, guiña, estrangula;
su injurioso júbilo de nitrógeno, esa gaseosa llorada y jovial,
está ahí siempre en el incansable embrollo de gemelos gemidos,
y la galvanizada marea de la espina contemporánea y pluvial,
mercurio del estruendo en el agua mártir, frontera de sollozos en el caos.
Se ha fotografiado desde el cielo la torre del alfil.
La reina vanidosa es difícil de acorralar, de darle jaque mate.
Tal vez sea mejor dejarla sola noche tras noche,
erosionándose en el resplandor del escándalo hasta que
se purifique por sí misma.
O que sufra en su pecho lechoso de lentejuelas,
adicta a su malestar
de varicela empoderada, o se diluya en su modorra
fotográfica matasano.
Ivette Mendoza Fajardo