No quiero parecerme ni ser ni transformar.
Si lo transformo en adjetivo abandono
Lo que soy y no quiero flores
Antes de tiempo, estas, cortadas,
Solo huelen a nada de la existencia
Y opacan lo que soy - soledad- ella
Y yo de sonrisas.
Alamedas sí, pero no de angosto
Parecerse a un botafumeiro y ser
Entre tantos confirmar viciado aire.
No tengo ni deseo cien letras para
Multiplicar, pero sí el abecedario
A mi disposición sin eso que profesan
Los dictadores.
¿Quién puede afirmar que la encina
Padece tristeza?
¿Quién puede decir que el río reniega
Su nacimiento?
No padezco, como la encina;
Siempre nazco, como el río,
Ese goce no quiere voces que no saben
Adonde van, si es que van para no venir,
Y si vienen, es cosa humanoide.
Las aceras comen la estela y se parecen
A las libélulas: hermosas en su vuelo
Pero implacables en hache dos ó.
No me parezco, ni soy, ni transformar
Mi óvulo en abstracto trazo de gasolina;
Soy siempre amante del cielo
No divorciado, de la vocal acentuada
Que dicta sin ser tirana.
No quiero, ni querré; la divinidad del ser
Es propia e intransferible, esa colada
No necesita jabón porque cuando
Se ama el barro se justifica
La cerámica.