Xabier Abando

La borrasca Mónica y yo


Dijeron que era Mónica su nombre 
y, al toparme con ella cara a cara, 
la mía un poco más y me la rompe 
tal era la violencia que mostraba. 

La había, claro está, subestimado, 
pues al salir de casa, aunque llovía, 
era aguantable, pero, al poco rato,
refugio me busqué, porque, a fe mía, 

jamás vi tanta furia concentrada,
la lluvia en oleadas, cabalgando 
a lomos de aquel viento huracanado 
te daba insoportables bofetadas.

La gente cobijábase en los huecos 
bajo el parco dintel de los portales, 
mas las rachas cambiantes eran tales
que allí no era posible seguir secos.

Nunca vi yo tanto paraguas roto,
veíanse después en papeleras,
yo andaba con mi gorro en la sesera, 
con sujeción manual, calado a fondo.

Cuando a salvo de Mónica aguardaba 
refugiado y decían que ya escampa,
de nuevo me pillaba ella en su trampa
si a salir del refugio me animaba.

Una vez que a salir me decidí,
armado de valor, tras tanta espera, 
mi gorro lo mandó a la estratosfera, 
voló y su trayectoria ni la vi. 

Perdida la paciencia, eché a correr
pegado a las paredes de la calle,
y, tras atravesar tres bocacalles, 
por fin pude llegar al Corte Inglés. 

Después de haber sufrido sus horrores, 
y daños en el mobiliario urbano, 
a bien tuvo esta Mónica dejarnos.
Conozco algunas Mónicas mejores. 

© Xabier Abando, 28/02/2024