Bajo los dedos danzaba ligero,
el teclado en su canto fiel compañero.
De sus teclas nacían poemas y versos,
palabras perfectas, mundos diversos.
Era hermoso, brillante en su entrega,
al servicio de quien la musa despliega.
Las manos lo amaban, lo usaban sin freno,
y en cada pulsar, él cumplía su seno.
Pero una letra, pequeña y discreta,
se vio sola con su duda secreta.
“Nos aman mientras somos necesarias,
y luego… ¿qué queda de glorias pasadas?”
Intentó advertir a las letras vecinas,
mas ellas reían, tontas y opimas.
“Mientras nos usen, valemos bastante;
¿qué importa el después, si somos constantes?”
Más sola quedó en su triste razón,
viendo que el brillo esconde traición.
Por más que brillaba en cada ocasión,
Sabía, que jamás encajaría en esta organización.
Así, una letra, sabiendo su suerte,
sufrió en silencio su propia muerte.
Pues aunque las manos la hicieran brillar,
no era querida… solo funcional.