En un poema se ofrenda el corazón
y cuando ese corazón ya no es nuestro,
se avizora que han quedado sólo cantos,
y queda atiborrarse -en un acto de amor-
con más cantos para no matar la alegría
de vivir… para seguir entonando canciones
diversamente, pues al perder la razón,
la sonoridad de voces evitará nuestro fenecer,
que los sueños que se extraviaron en las negruras
ya nunca retornarán… queda el consuelo
de poseer un ángel en el exilio del cielo,
quien otorgue vida al que muere en sus lances,
constituyéndole nuevamente en un hombre
si solamente puede oír del ángel su nombre.