Con la lluvia, nuestros pasos,
recorrieron los caminos,
y cruzamos por aldeas
y riberas de los ríos.
Nos llevaron a montañas
solitarias, con sus riscos,
orgullosos, hacia un cielo,
elevado al infinito.
Y cruzamos por parajes
y refugios variopintos,
con la piedra en sus fachadas
trabajadas con ahínco.
Eran ratos de otros tiempos,
quizás unos del estío,
con algunas primaveras
que arrancaban mil suspiros.
Soportamos aguaceros,
temporales y hasta frío,
para hacer de la montaña
el lugar bien elegido.
Y es verdad que, en sus laderas,
olvidamos y perdimos,
el pudor y la inocencia
para hablar nuestros sentidos.
Y lo hicieron sin palabras,
con galope de latidos,
desbocados y confusos
en el alma de dos niños.
y abrazados, susurramos
el amor tan contenido,
con los labios que buscaban
a ese labio tan querido.
¡Qué importaba que la lluvía
nos mojara los vestidos,
y la ropa chorreara
por el cuerpo a los caminos...!
El amor nos rodeaba
y llegaba confundido,
con la lluvia y con los años
en un tiempo y un destino.
Rafael Sánchez Ortega ©
22/10/24