En la penumbra, silencio y tormento,
dormía la estancia sin tiempo ni aliento;
las paredes lloraban susurros velados,
y el polvo danzaba en pasos callados.
Pero un rayo dorado rasgó la negrura,
pintando de fuego la fría espesura.
El sol se filtraba, suave, impetuoso,
y el cuarto sombrío se tornó hermoso.
Las cortinas, temblando, se abrieron al viento,
el aire dejó su fragante aliento.
Un mueble olvidado brilló de repente,
como si el tiempo no fuera doliente.
Todo era mágico en la luz renovada,
como si la sombra jamás habitara.
Y aquel rincón muerto, frío de horror,
ahora latía con dulzura y calor.
Pero la verdad quemó con su fin:
esa luz mentirosa entró en mi jardín.
La habitación es mi alma, tan sola y vacía,
y ese rayo de luz… la mentira que creía.