Llegas a mí en la penumbra de mi noche más triste, como un susurro entre las sombras que se ciernen sobre mi alma. En la oscuridad, tu luz brilla con tal intensidad que me atemoriza; camino por las calles desoladas como un espíritu errante, buscando sin rumbo el calor que solo tus ojos pueden ofrecerme. Son como dos faros en un mar de confusión, guiándome hacia un abismo de sentimientos en el que, irónicamente, deseo sumergirme.
La brisa de esta madrugada melancólica acaricia mi piel, trayendo consigo el eco lejano de tu voz, como un canto de sirena que resuena en mi corazón solitario. Cada palabra que emerge de tus labios se convierte en un susurro de esperanza, y me encuentro perdido en un laberinto de recuerdos y anhelos. Cada uno de tus gestos acelera el latido de mi corazón, un compás desbordante que me recuerda que aún existe magia en este mundo.
¿Quién eres tú, estrella traviesa que danza por el cielo de mis nostalgias? Te veo atravesar la vasta oscuridad, y en cada destello me pregunto si eres real o simplemente una quimera, una ilusión que se disuelve con el amanecer. Eres como una lluvia estival que finge disipar el calor, pero que a su vez me sumerge en un torrente de emociones.
Quizás seas el fantasma de mis sueños, una brisa suave que inunda mi habitación con un aroma a pasto mojado y luna llena. ¿Cuál será tu nombre, dulce aparición que transforma mis noches? En esta oscuridad compartida, me atreveré a desear que no desaparezcas, que permanezcas en esta danza nocturna que tejemos juntos, preservando la fragancia de la nostalgia en el aire.