LA ECOLOGISTA Y EL VIEJO AGRICULTOR
Había llegado una mujer joven, ecologista
de ideas y propietaria de la finca de enfrente,
y el viejo labrador y cazador había estado matando
gatos monteses y búhos reales durante mucho, muchísimo tiempo,
toda la vida para ser breves, para proteger la población de perdices,
y, como estaba prohibido por entonces matar alimañas,
animales preciosos y apreciados según donde,
bellos en muy alto porcentaje,
el viejo tenía todas las de perder
en un juicio. Y, por esta razón, la propietaria vecina,
que además vivía en la capital y solo acudía
de vez en cuando a patrullar en su automóvil blanco
y a observar provista de prismáticos los bancales y las lomas,
y todos los aledaños fértiles
hasta cerca del horizonte en busca de los
preciosos animales, de los depredadores, de las grandes aves
todopoderosas y salvajes, distaba mucho
de querer entenderse con el anciano tractorista, y ninguno estaba
dispuesto
a retroceder un centímetro en su toma de posiciones.
Así que, llegados a este punto, la relación parecía difícil,
y lo más seguro era que solo la muerte (la del viejo
con mayor probabilidad) pudiera facilitar la síntesis
entre aquellas dos posturas
un día y otro día tan encontradas,
y desde todo punto de vista irreconciliables.
Gaspar Jover Polo