Se mezclan las palabras con cuidado,
un toque de metáfora precisa,
que en cada estrofa el alma se desliza
y deja el corazón bien sazonado.
Añade al verso un ritmo inesperado,
como el limón que aviva y da la brisa,
y un giro fresco, igual que la sonrisa
que brota en un poema improvisado.
Se cuece en el calor de la emoción,
a fuego bajo, lento, sin apuro,
dejando que fermente la pasión.
Servido al fin, sencillo y sin conjuro,
el verso lleva aroma y sazón:
banquete de palabras que perduro.