I
Hallome muy lejano
del rastro del color,
que en todo su esplendor
jamás mostrose ufano.
El soplo más humano
nos hede de rencor,
que antecede al amor
solemne y cotidiano.
Borremos nuestro paso
dejando la metralla
sin nada que apuntar.
Así todo el ocaso,
en la última batalla,
muriendo ha de pasar.
II
Te veo circunspecta;
tus orbes, la ventana:
La gélida mañana
de nostalgia perfecta.
¡Qué alegría provecta
de ver la caravana,
que lenta se devana
por una hebra perfecta!
El destino deshace
todo éter de cariño,
que queda en la ilusión
de un corto desenlace...
y cual si fuera un niño
me arredro en el rincón.