Yeshuapoemario

Sigan animándose unos a otros y edificándose unos a otros (1 Tes. 5:11).

 

Como el alba que trae consigo la promesa de un nuevo día, así es la construcción el obrero que, con el tiempo, sus habilidades afina. Manos que con cada ladrillo, cada mezcla, cada diseño, van tejiendo la destreza en un tapiz de experiencia y empeño. Y no solo en el concreto y el acero se refleja este crecimiento, sino también en el corazón y el espíritu, en el arte de edificar aliento.

 

En la forja de la vida, somos artesanos de la esperanza, constructores de puentes donde antes había abismos, levantamos muros de fe contra las tormentas de la duda. Con cada palabra de ánimo, cada gesto de apoyo, cada verdad compartida, ponemos un cimiento en el alma de los demás, un refugio seguro para los tiempos de prueba.

 

Como el obrero selecciona su herramienta, escogemos nuestras palabras, precisas y llenas de significado, para fortalecer a los hermanos en su caminar. Hablamos de la perseverancia de aquellos que nos precedieron, de los siervos de antaño que, con su aguante, nos marcan el camino (Heb. 11:32-35; 12:1). Sus historias son vigas que sostienen el techo de nuestra resiliencia, son la prueba de que no estamos solos en nuestra construcción.

 

Fomentamos la paz, esa arquitectura invisible que se levanta con el buen decir, con el reconocer lo bueno en los demás. Protegemos esa paz como quien cuida una llama en medio del viento, la recuperamos cuando los desacuerdos amenazan con derribarla (Efes. 4:3). Somos guardianes de la armonía, custodios de la concordia.

 

Y seguimos, incansables, edificando la fe, esa estructura que se eleva más allá de nuestra vista. Hablamos de verdades bíblicas, esas columnas que soportan el peso de nuestras vidas, ofrecemos ayuda práctica como quien extiende un andamio hacia el que lucha por ascender. Apoyamos a los débiles, a aquellos cuyos espíritus flaquean, con la certeza de que en cada acto de bondad, en cada palabra de consuelo, estamos cimentando algo eterno.

 

Y así, con cada acción, con cada palabra, con cada verdad compartida, nos sentimos plenos, satisfechos. Porque a diferencia de los edificios de piedra y metal, que con el tiempo se desvanecen, lo que construimos en el espíritu de nuestros hermanos es un legado imperecedero, una obra que desafía el paso de los siglos y se inscribe en la eternidad.