En algún lugar de la memoria
olvidé tomarlo con calma
olvide que yo mismo he girado al precipicio
olvidé que me subí a la marea
y me bajé con ganas de olvidarla
que escudriñe lo cansado de los rostros
algo de la lucidez de los gestos y sus formas
para solventar mi propio entusiasmo.
En algún lugar de las historias autoinfligidas
volví a ignorar la calma
y revolcarme en la frustración ya sin aire
y luego me vi culposo, arrepentido
buscando un rincón donde exiliarme
a veces sin pulso y sin voz
y luego, en paz, vibrar con la duda de mi hambre
y a modo de un pasito colgado del meñique maternal
restablecer la costumbre del alivio.
En algún rincón de los recuerdos
pude recuperar mi calma
y cubrirme con su sabana de finitos hilos
como primera capa de templanza
y su arte de saciar curiosidad
con la que se aprende a desafiar lo relevante.
Lentamente, como ritmo cadencioso de las olas
sobé las torvas de los giros
atesorando el haz de luz que la experiencia ofrece
gritadas en la lengua propia de los vientos
arriba del altar de los amantes.