Del odio voy hacia el silencio siempre,
cada vez que recojo
las palabras derramadas como cadáveres
sobre las turbias olas de la noche.
Escribo con las ganas de querer vivir más,
con el deseo de encontrar
los ojos
que arrastren la luz de algún destino
y antes que las voces
se pudran en los labios tapiados,
muertos
Mientras escribo el perro ladra, reclamando
porque tanto silencio,
porque golpea tanto el vacío
y porque las hojas hacen un muro de letras,
siempre.
Solo él, mi perro, sabe vivir y morir con las penas
de otros,
solo él está allí y no sabe decir adiós…
¡Ay la vida! Se me apaga el cuerpo, despacio,
tan lentamente,
como gusano huyendo de la tristeza
y de este hermoso dolor.
¡Ay Dios del amor, del más allá, del otro
mundo!
El espíritu como la luz, es la idea de un fuego
que se nos va,
como el aire que escapa
cruzando los altares de la vieja tranquilidad.