\"Qué cielo tan hermoso\" —le dijo ella—
y él, como distraído, se quedó en sus ojos.
\"Hay cielos mejores,\" respondió,
como quien calla una verdad de amor,
como quien guarda en un susurro
todo el temblor de un primer encuentro.
Él buscó en su mirada, sin apuro,
ese lugar donde el amor no se apaga.
\"Es un cielo\", pensó, \"sin estrellas fugaces,
donde no se apagan las luces
ni se pierde el norte.\"
\"Es el cielo de tu mirada\", le dijo,
\"ese que nunca duda,
ese que cuando me encuentra,
me deja sin rumbo y sin miedo.\"
Ella le sonrió, cómplice del silencio.
\"Es todo mi amor\", murmuró al viento,
\"desde el instante en que decidiste
ver en mí la calma de tus cielos\".
Y así, bajo un cielo que ya no era el mismo,
se quedaron mirando,
como dos luces que se reconocen
y se quedan alumbrando
aunque se apague el sol.