En breves minutos, el faisán truncaba siglos,
seccionando la savia y la raíz del caos versado.
Desconocía la desolación del ave desahuciada,
indiferente al impacto de sus acciones sobre la tierra.
Su reino estaba herido; sus alas, un escenario de pretensiones.
Entrelazaba destinos al desplomarse,
sobrecargado por fantasías y llantos de otras eras.
Extraño su aterrizaje, que empezaba frío,
pero se liberó de su peso, de sus plumas y de su vanidad,
el día que lo sepultaron,
anémico y comedido en su ataúd de pino,
bajo el suelo fértil donde la bonanza florecía.