Ella me miró, yo la miré; fijó su mirada en mí.
Sus ojos verdes, un mar que me atrajo.
Mi alma vibró, mi cuerpo se estremeció.
Hasta los huesos, un temblor sentí.
Salimos, nos fundimos, bajo el sol y la luna.
Parques solitarios, nuestro pequeño mundo.
Amor intenso, sueños que volaban.
Juntos escapar, nuestra ilusión.
Dieciséis, diecisiete, un mundo por crear.
Kama Sutra nuestro, un secreto a guardar.
Su piel, un edén, mi más dulce afán.
Mis manos, sus curvas, a acariciar.
Un edificio abandonado, nuestro escondite.
Unos sacos de yeso, nuestra cama triste.
Una manta raída, nuestro edén perdido.
Juntos, en ruinas, nuestro destino escrito.
Basura nuestro hogar, un refugio de amor.
Hornillo y sillas, nuestro pequeño rincón.
Estantería improvisada, un mundo sin dolor.
Cuidado con las broncas, ¡qué lío más grande!
Dieciséis y diecisiete años, un mundo por andar.
De cinco a nueve, y vuelta a empezar, la espera me mataba.
Tarde tras tarde, solo, en la oscuridad,
Esperando, esperando, el reloj no paraba.
Conchita, Lucero, mi amor más sincero.
Le pedí su mano, mi alma, en un verso.
Su risa, mi condena, un misterio eterno.
Nueve ojos celestes, nos vieron jurar.
Mi amigo, testigo, de un amor singular.
Teníamos dieciséis, diecisiete años.
Y un mundo por dar, un corazón abierto.
Pero en clase, todos se burlaban de nosotros.
Y entonces, todo cambió, un día, en un momento…
Conchita desapareció.
Gonci