Romey

Fragmentos de la segunda novela en proceso de Raimundo Loro

Catarsis ciclogénica de un cuerdo dislocado, moderno Quijote (no de la Mancha, sino del Chinazo), éste es Toni Roi, como un viento giratorio volatibilizando todo su desierto del alma, y las miradas de los otros son barcos camuflados en la noche, cruzándose con el flash de su faro cuando entra en el Bar Uyo, con tanto sigilo que se ha vuelto invisible para cuanto malyamado humano cabe en este gótico garito, y pide al aire una cherry. Ahí va que la Cherry se acerca a él por su revés y posa una jarra, yena hasta el colmo, sobre el pelo removido del atónito Toni Roi. Un tonto se carcajea cual pájaro diabólico. Un silencio sucede despues. Ninguno de los presentes en el Bar Uyo recordará lo siguiente: Toni Roi esbozó en su hermético rostro una estrecha ranura, curvada hacia arriba por los extremos, y escupió sílabas de lava contra la mugre depositada en el interior de una taza de café negro que debía estar al malgusto de algún empleado de alguna horrorosa funeraria. Y ese maldito lacayo de la muerte bebió y empezó a gemir cual tortuga siendo empotrada. Ahí va que la Cherry mandó irse al individuo posesionado y dijo a Toni Roi: no sé qué le pasa a la gente últimamente...todos locos, todos locos y tú el que más!




El lacayo de la muerte era Filipo Flipe, hacedor de chanchuyos varios y enterrador municipal desde hace unos pocos días con sus respectivas y depresivas mediasnoches. En otras vidas éste fue un irónico payaso en la ruidosa Nueva York de los noventa, una histriónica prostituta en la grande Babilonia, charco de pis en una acera gris de Nadiesabedónde y un dios huérfano cuyo nombre no ha sido documentado por ser tan extenso como la distancia entre un mundo y otro que ni existe: porque está loco Filipo Flipe, sin necesidad de intervención por parte de Toni Roi, que es el experto trastornador, aunque no yame a hileras de personas desde un despacho. Filipo Flipe se estaba notando como con empacho de algo pocho al salir, con un nada bien disimulado enfado, del Bar Uyo; y rascó la esquina de una luna artificial con la barbiya para saciar su sed de evidencias milagrosas, pisó la tapa metálica de una alcantariya, subió mentalmente la escalera hasta su desastrado apartamento y riñó con su vecino como cada día a medianoche antes de abrir un agujero en la pared para poder entrar y acomodarse en su féretro de alquiler.




Anquilosado en la pieza puntal de un rascacielos de maqueta y tarareando una melodía preciosamente siniestra para calmar a las fieras de su cerrada cabeza, enfundado en una gabardina turquesa y chapoteando con unos zapatos de cera sobre un charco de mercurio, remitido a Marte como expedicionario insaciable, Toni Roi rumia un gracioso pareado y entrega unos céntimos al mendigo que se los solicita con débil ahínco, y antepone al caos emotivo otro paso crucial, contrario al destino y a todo polo negativo, afianzando así el equilibrio en la balanza del Juicio Final; por supuesto me refiero a su destartalado corazón, chatarra en perfecto funcionamiento, resorte oxidado que al ser apretado produce delicados versos y turbias narraciones a chirridos nostálgicos. Suplica al aire por una cherry acaramelada en compañía de la mujer mas hermosa de la perrera, mientras lo rodean unos cuantos manojos de trogloditas antipáticos instándolo a explicar lo imposible; en la mente de Toni Roi hay un grabado de William Blake en el que aparece un hombre mórbido caminando a gatas: ve en esta imagen alucinatoria cierta relación con el sueño de anoche y con su terco alter-ego, que ama apasionadamente, aunque le cueste un gigantesco derroche energético, a la Cherry, a esa fascinante marioneta de farándula y aduladora de cada paupérrimo satanás que frecuenta asiduamente la húmeda barra del Bar Yuyu (denominación acuñada por él mismo), aún detestando el infecto ambiente ahí perenne por servir de atoyadero a todas las purulentas ratas de los alrededores de la zona ferroviaria (rasgando la humareda pasan por doquier mozas a modo de trenes), solamente entrando a esa populosa mazmorra a causa de unas ansias mortales de amar a las malas víboras que enjaula o jugar a barajar las suertes dilapidadas por los demás en tal bataya campal... Pero Filipo Flipe está a su lado ahora; su cara azulada es igual a un neón, piensa Toni Roi antes de articular mas de un par de sílabas de lava, lo cual le sirve de distracción y emancipa hacia afuera sus ensimismados sentidos de ajeno individuo, previamente tergiversado consigo en un arrebato discursivo digno del menosprecio del bohemio erudito místico, o clandestino felino sediento, que es su alter-ego, el mismo que ha venido a encogerse a su lado zurdo, azulado como neón, piensa Toni Roi con sigilo habiendo asimilado el tiempo esquivo mediante el consumo de la emoción increpante que sigue apareciendo, película ectoplasmática, ahí delante exteriorizada cuando, rampante cual rojo dragón decimonoico reflejado en su cuarto o tercer ojo, suplica al aire por una segunda cherry como cada día pasada la medianoche.