Casada y Casquivana
Atónito he quedado, de veras sorprendido
pues siempre lo ocultaste, mujer de alma liviana,
resulta que de orgasmos he hartado tu hambre insana
y en casa, aunque lo niegues, te aguarda tu marido.
Al fin me lo han contado y me sangra el pecho herido,
pensar que te ofrendaba mi amor y mi mañana,
qué amargo es el saberte casada y casquivana,
adúltera perjura del lecho en que has mentido.
Aquí termina todo, no más sexo fogoso,
tu infiel ansia me hiere pues pienso en mi amargura
que no es virtuosa dama quien burla así a su esposo.
Si al cabo eres ajena y fui apenas tu aventura
¿qué caso tiene amarte? Sería doloroso
sabiéndome el amante de tu apetencia impura.
Carlos Estrada Monteagudo