Para cambios rotundos
hace falta una bocanada de aire,
el primer aliento profundo
y un largo trayecto —
salvo que estos cambios,
benditos e inevitables,
siempre tropiezan con un tumulto,
una marea de humanidad en la que apenas
distingo un rostro,
solo respiro frustración,
ira contenida,
hasta que el tiempo me entrega
un transporte donde puedo,
con suerte y unos golpes,
subir.
Dentro, un respiro breve,
engañoso.
No hay calma en el movimiento,
solo calor,
el peso del otro,
el tiempo cobrando un sentido miserable.
Siento cómo me falta el aire —
tal vez es momento de desistir.
Hoy no será el día
para un cambio rotundo.
En la próxima parada,
salgo de este licuado de respiraciones,
me marcho a casa
tal vez, mañana,
logre comenzar de nuevo.