Infancia de infamia,
soledad en la penumbra,
crecía y se aferraba en mi interior,
soy un nicho de tanto dolor.
Como una lamia,
te aferraste a mi piel,
vertiendo amarga hiel.
Me has hecho perderme en tugurios de la muerte,
olvidar mis pasiones,
destrozar tantos corazones,
erré bajo los designios del azar.
Amanecí en los jardines del sufrimiento,
sobre charcos de lágrimas,
mi cuerpo ensangrentado,
aterido y desorientado.
En el frío de diciembre,
tus caricias llevadas por el viento,
mi pasión, mi razón y mi corazón yacen muertos,
bajo la losa de la incomprensión.
El cielo es negro como la pluma de un cuervo,
mi piel está amoratada,
por los recuerdos,
que en mí acampan y de los que soy siervo.
Dos olas en diferentes océanos,
que pertenecen a un mismo mundo,
dos olas que lloran sobre la vastedad del piélago,
y nadan en lo absurdo.