La imaginación se precipitó
por unas cascadas dulcificadas,
unas, de un verdor atemperadas…
Con su sedosidad me deleitó.
Y…elevada con su amor, el pálpito,
me confió aquellas noches desarmadas,
aquellas que arrinconó encandiladas,
tal cual fuere cometido un delito.
Por ello, abandoné toda razón
y le grité al viento ¡ternura alegre,
la magia de cualquier adoración!
Hasta derramar completa mi sangre,
me entrego a la poesía, mi pasión.