Vete pero no te vayas,
deja con nosotros tus sonrisas,
tus pasiones belgas, sus caricias,
mi humor segundón, de escasa talla.
Vete pero no te vayas,
déjame tus obsesiones sin razones,
tu perfecto imperfecto,
tus estudios festejando con tacones,
tus pesares varados, sus efectos.
Vuelve a casa con algunas tentaciones,
con abrazos sinceros, profundos afectos.
Vuelve a casa repleto de intenciones,
qué aquí queden tus mundanos defectos.
Vete pero no te vayas,
déjame tu arte y tus canciones,
el blues, Brassens, los acordeones,
y llévate esos ruidos ojalá guturales.
Vete pero no te vayas,
los sucios trenes callarán interrogantes,
los albergues se vaciarán de caminantes,
Estocolmo me mirará desafiante,
Madrid callada te llorará expectante.
Vete pero no te vayas,
no quiero abrir sin encontrar tu broma oscura,
deja al menos tu sombra, tus locuras.
Tus consejos en tiempos de amargura
me ayudaron a entender
el porqué de mi tortura.
Déjame darte tan solo un consejo,
olvida los baldíos análisis
de pasiones terrenales,
las desmesuras irracionales.
Y déjate llevar perplejo
por pequeñas dosis de catarsis,
por utopías ojalá funcionales,
por mundos oníricos tan reales.
Vete pero no te vayas,
antes déjame tu sobriedad, toda,
yo te presto Andalucía,
cuídala bien, es parte mía.
Antes déjame tu realidad, toda,
yo no te pido Damasco
pues no te pido nada,
sólo que perfumado de Granada
dediques gustoso una llamada,
una llamada de lamentos caprichosos,
mustio, tembloroso,
de egoísmos vanidosos,
una llamada,
Madrid no exige nada,
aquí, nunca hay llantos deshonrosos.