Alberto Escobar

Ser piente

 

Lo único imposible:
lo que no 
se intenta.

 

Se arrastra —¿hasta cuándo?—.
Una serpiente, sea cual fuere 
la que toque en suerte, no puede
no reptar, no negarse a, para ir,
palpitar su musculatura en tierra
en pos de una presa, patas no hay
en su contorno, piernas aún menos,
y su falta de conocer, su ignorancia,
su no consciencia, le permite reír,
no lamentarse de no ser, no llorar
si no es necesario, proteger su piel
ante el acecho fatídico de depredantes
sin cuestionar sus límites. 
Yo también, y cada día, reptando
sobre la rugosidad de una superficie
hasta quemar, lamentando no poder
levantarme, erguir el esqueleto, andar
a paso más vivo en pos de una entelequia.
 Mi desventaja frente a la serpiente
es que estoy al tanto de mis fronteras;
hasta conozco la textura de esa corteza
que como muralla me envuelve, y hasta
dónde y cómo los resquicios que le van
naciendo me conectan con lo vulnerable
que soy, y sufro, y me siento imperfecto
cuando supero en perfección a cualquiera
sea la serpiente y su especie, cualquiera
la vida que se me compare, cualquiera...
Me arrastro —¿Hasta cuándo?—
Y si no siento un calor cerca, mano amiga, 
y el frío cunde hasta que la sangre escarcha, 
iré desvaneciéndome sobre la tierra así,
como lo hacen ellas, pero no con afán de vida,
sino de buscar una muerte pronta, tras la esquina. 
No quiero saber, y menos saberme.
Ser sin saber qué soy, quién, hasta dónde, 
como lo son ellas...